martes, 13 de septiembre de 2011

La base de una rutina

Abría los ojos delicadamente, al compás de la sinfonía que producía el piano. Elevaba sus frágiles manos y se apartaba el pelo de la cara; ésa que muchas veces había reído y otras veces llorado. Después de ponerse los calcetines, ya viejos y usados, se dirigía al cuarto de baño. Allí, abrió el grifo con tal dulzura, que se podría decir que el agua tenía tonalidades rosas. Ella, de un gran cabello castaño y liso, se acercaba lentamente al espejo, mientras iba graduando la temperatura del agua. El piano continuaba su habitual armonía, la que hacía que desapareciese al instante aquella tempestad de cambios de humor y dudas. Cuando consiguió la temperatura deseada, y aún observando detalladamente su reflejo, colocó primeramente sus débiles dedos bajo el agua. Sintió una sensación de descanso, de tranquilidad, que le llevaban a imaginarse un refrescante olor a menta. Dicho pensamiento, le hizo recordar la necesidad de sentirlo dentro de su boca, que a la vez era abrazada por unos secos labios rojizos, cuales no tenían más ganas que permanecer cerrados. Abrió el armario, sacó la pasta de dientes y el cepillo. Colocó de nuevo sus brazos en dirección al grifo, para empapar el utensilio; una manía que tiene desde pequeña. Empieza a lavarse los dientes mirándose nuevamente en el espejo, cuando se detiene, y se da cuenta de que ya no suena la música que solía despertarla cada mañana. En esos momentos el piano coge cierta velocidad y toca una melodía distinta a la de siempre, a la habitual. Ahora es más alegre. En ese preciso instante, al oír ella tan distinguida serie de notas musicales, sonríe como nunca antes lo había hecho. Ella sabe, al fin y al cabo, que ese día tendría que llegar. El día tan esperado. El día en que se convertiría en una persona verdaderamente feliz.