miércoles, 21 de septiembre de 2011

Esa nada que lo es todo


Estaban los dos abrazados acostados bajo la sombra de un gran árbol. Él la miraba a la cara, observaba cada poro de su piel, la forma de su nariz, la forma y el color verde intenso de sus ojos, contó los lunares que tenía, esos lunares que daban la forma de una pequeña sonrisa, uno tras otro con forma de media luna que tenía en el lado derecho de su cuello, también observó bien atento cuántas veces pestañeaba en 5 segundos, en total lo hizo 2 veces, puede que sonara algo extraño pensar eso, pero para él ese detalle tan insignificante le gustaba, una parte de su pelo castaño caía sobre el brazo de él, la otra a la hierba, y ella miraba hacia el cielo. Miraba aquel infinito celeste que había sobre ellos, pensando en lo que le gustaría estar allí con él, y entonces es cuando lo dice:
 Me encantaría poder estar contigo en el cielo, volar los dos cogidos de la mano llevando una gran red, intentando cazar nubes, de la más pequeña a la más grande, todas, todas y cada una de ellas, ¿sabes? Me encantaría estar allí contigo.
– ¿Sabes qué te digo? Que a mí no me hace falta poder volar, no me hacen falta unas alas, porque cuando te beso, el mundo se vuelve del revés, lo imposible se hace posible, lo contrario se hace igual, el fuego moja, el agua quema, las nubes son rígidas. Porque con tan sólo un beso tuyo, me haces elevarme hasta el cielo. Y le besa, y de repente se quedan en la nada, en esa nada celeste, en esa nada donde no existe la gravedad, en esa nada que lo es todo, en esa nada donde dos enamorados tocan el cielo.