sábado, 2 de junio de 2012


Penúltimo trago. Miras tu reflejo en el vaso y te das cuenta de que ya no eres una niña, toda la dulzura de tu mirada había desaparecido, ya no hay ternura en tu sonrisa, y la ilusión se ha marchado junto al brillo de tus ojos morrones.
Último trago. Suspiras, cuando el camarero recoge tu vaso le dices que quieres otro. Y pone delante tuya la misma bebida, antes la odiabas, ahora no sientes nada cuando la bebes.
Primer trago. Te atrapó tu propio miedo, estabas tan cansada de intentar escapar que dejaste de hacerlo. Y caíste en el vacío más profundo al que alguien podría caer, tan profundo que ni si quiera sabías si habías caído hasta el fondo.
Segundo trago. Dejaste todo y luego te dejaron a ti. Te quedaste sin nada, por tonta, por comprar una sonrisa bonita antes que un corazón limpio. Y te arrepientes, pero te pintas los labios del rojo más llamativo para que el corazón pierda protagonismo.
Tercer trago. Nunca has tenido a alguien que te ame de verdad. Jamás a llegado un ramo de flores a tu casa con una tarjeta que diga "te amo". Simplemente con tarjetas que decían "buen trabajo, felicidades". Es el precio que hay que pagar por ser bonita.
Cuarto trago. Nunca has disfrutado de una pizza familiar con tus amigos en un restaurante italiano. No sabes lo que es comer hasta reventar o morirse de la risa al hacer tonterías en plena calle.
Penúltimo trago. No podrías decir lo que se siente al despertar con el chico al que amas en la cama porque jamás lo has comprobado. Cada semana hay uno distinto, y nunca despierta contigo.
Último trago. Te lo bebes rápido como si fuera agua. Agarras el bolso para salir de allí, sabes de sobra que a ti el alcohol no te cura las heridas. Alguien golpea tu hombro, cuando te giras ves una cara familiar invitándote a bailar. Sonríes y aceptas. Quién sabe si te envía un ramo de flores o despierta mañana en tu cama.